El cayado
Entrada la primavera, cuando empiezo a subir al pueblo en
que desde la infancia he pasado los veranos, lo primero que hago es llegarme a los
pastos. El camino asciende suave, entre madroños, brezos y romero, hasta que
encuentro a Josep, el último pastor de la zona.
Nuestra relación es antigua. Siempre me gustó acercarme
para hablar con él y observar cómo trabaja con sus perros y el rebaño.
Pasa buena parte de su tiempo con la navaja, reluciente
por el uso, arreglando una vara que destinará a algún amigo en la que talla motivos
del entorno que, a su entender, definen a este.
Yo le recomiendo ponerlas a la venta para veraneantes y
ocasionales turistas, para tener unos ingresos adicionales pero él se niega
sistemáticamente, diciendo que sus varas son un presente para personas que sabe
las usarán para dirigir a sus animales, no para golpearlos.
-Deben ser parte de la vida del propietario, parte de él,
como lo son las mías- me dice.
Las suyas son extraordinarias, como su cayado. Grabado a
lo largo de los años, según me explica relatan su vida de pastoreo. Cada vez
que la naturaleza le ofrece un regalo especial que le llena el alma, lo
registra en el mismo. Aquí un águila llevando un conejo, allá una cascada
helada… ¡Ya casi está lleno!
Mediado otoño, el día que subo a despedirme hasta la siguiente
primavera, me sorprende regalándomelo. Yo
pretendo rechazarlo, pues soy conocedor de la mucha estima en que lo tiene,
pero él insiste.
-Ya no lo voy a necesitar más- me dice.
Hoy lo tengo en un lugar preferente, en mi casa y en mi
vida. Él se fue.
vara de guía
va quedando la nieve
en la ladera
Presentat al 3er Concurs Internacional de Haibun "Albacete ciudad de la cuchillería
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